lunes, 24 de enero de 2011

PAULINO VARGAS : EL PADRE DEL NARCO CORRIDO

Hace un año que a Paulino Vargas, el amo del acordeón, la muerte lo alcanzó. Fue aquí en Saltillo. No hubo capos ni metralletas, tampoco traición. Murió en paz, dicen sus hijos, el hombre que cimbró a México con sus acordes. Aquí el corrido de su vida...  


En algún lugar del Pacífico, el sonido de un acordeón se retorcía al compás de una polka.

Corría el año de 1984, dos de los narcotraficantes más poderosos del país, Rafael Caro Quintero y Miguel Félix, cerraban un cuantioso negocio con Enrique Camarena, oficial de la Agencia Norteamericana contra las Drogas (DEA) .
Paulino Vargas y sus Broncos de Reynosa amenizaban la reunión con canciones lastimosas de hombres valientes y traiciones. Cuando acabó el espectáculo, Paulino se les acercó. “Yo no sé qué negocio traigan, pero a mí se me hace que ese señor les va a jugar chueco”. No se equivocó. La historia terminó como casi todas, en un corrido. Con el abrir y cerrar de su acordeón, Paulino Vargas puso a cantar a México la traición de Camarena con el “El Corrido del R-Uno”. El agente había ofrecido protección a los capos y luego el Ejército les cayó.

“En la prensa ublicaron por fuente de una embajada, que en un rancho del desierto allá en Búfalo, Chihuahua había diez mil toneladas de la famosa manzana”

El descubrimiento tuvo un impacto mayor en el narcotráfico mexicano, además de la pérdida de más de 8 mil millones dólares. Caro Quintero y Miguel Félix fueron arrestados. Al primero “Lo hallaron en Costa Rica, en un castillo muy caro”, dice el corrido. Ante esta situación los principales líderes de la droga optaron por un trato: dividir el territorio mexicano. Así surgieron los cárteles de Tijuana, Sinaloa, del Golfo y el de Juárez (Fuente: El Universal, 10 de junio de 2007).

La censura de “El corrido del R-Uno”–incluido en “Corridos Prohibidos” (1989), un disco que el mismo Vargas produjo a los Tigres del Norte– no fue una novedad. Quince años antes, una canción era excluida por primera vez de todas las estaciones de radio y de la televisión: “La Banda del Carro Rojo”. “Dicen que venían del sur en un carro colorado; traían cien kilos de coca iban con rumbo a Chicago, así lo dijo el soplón que los había denunciado”


En las radios de todo el país sonaba la historia del narcotraficante Lino Quintana. Por primera vez la palabra “cocaína” aparecía como tal en un corrido y pronto se convirtió en un referente, eso escandalizó al gobierno priísta.

Desde entonces, la Secretaria de Gobernación se convirtió en una sombra que, aunque constante, nunca le oscureció el camino. Y es que, desde 1960, la Ley Federal de Radio y Televisión, en su artículo 63, prohíbe las transmisiones que “causen la corrupción del lenguaje y las contrarias a las buenas costumbres, ya sea mediante expresiones maliciosas, palabras o imágenes procaces, (...)apología de la violencia o del crimen”. Todavía en la actualidad hay estaciones que reciben multas por tocar la historia de Lino Quintana.

Paulino Vargas, “el amo y señor del corrido”, casi nunca buscaba las historias, transcurrían frente a él mientras se balanceaba y taconeaba en un escenario. Desde ahí vio pasar a políticos, empresarios y narcotraficantes. “Yo le toco hasta al Diablo, si el Diablo me paga”, decía sin empacho. Estaba convencido de una cosa “No es un orgullo decir cosas fuertes, pero tampoco es vergüenza decir la verdad”. Así que compuso y cantó narcocorridos hasta sus últimos días. Y cuando no había un espacio para tocarlos, los abría. Paulino Vargas Valdés, es el único hijo varón don Paulino, pero durante 15 años también fue representante, jefe, socio y amigo. Su voz, una mezcla de acento capitalino y norteño, fluye con entusiasmo cuando habla de su padre. Viste con porte un impecable atuendo vaquero, desde el sombrero hasta las botas y tiene una sonrisa espontánea se enmarca cuando recuerda a su papá. De toda la familia es el único que ha seguido pasos de Paulino. Compone desde hace años y Tigres del Norte ya grabaron una de sus canciones, “La Huella del Alacrán”, que fue incluida en el disco “Detalles y Emociones”. Este año lanzará su primer disco con Los Broncos de Reynosa: “No aspiro que llegó mi papá, pero al menos seguir en el medio y, si Dios quiere, hacer algo grande”, esos son planes. “Él nunca se doblaba por esa censura –explica Paulino Jr.– Decía ‘yo no trato de defender a nadie, yo nomás digo lo que veo’. Los medios le tenían miedo”. 
 
Hace una pausa y sonríe al recordar las ocasiones en que se presentaban en Siempre en Domingo. “Le preguntaban qué canciones iba a tocar, le pedían la lista y a la mera hora las cambiaba. Don Raúl Velasco se ponía... Pero a fin de cuentas no lo dejaban de invitar”.

Él era así. Como el sonido de su acordeón, una ola. Desde los ochos años, cuando se escapó por primera vez de su casa, borró las fronteras que pudieran detenerlo.
En 1954, la industria musical se sorprendería con la aparición de un dueto duranguense un tanto curioso: un pequeño acordeonista con dedos largos, moreno y flacucho, pero bravo, de no más de 16 años, y un bajista regordete y bonachón, 15 años mayor: eran Paulino y Javier.

Su historia no fue muy distinta a las demás. En México era la época de Oro, el cine estaba en su máximo apogeo y las voces de los grandes Pedro Infante, Jorge Negrete o Dolores del Río vibraban en la radio y en la pantalla grande. Tocando donde se podía, cantinas, restaurantes, calles, el dueto se abrió camino en el capital y consiguió que Guillermo Fongausen, dueño de discos Peerles, la primera disquera establecida en México, los grabara. “Tocaron lo que se Sabían” –cuenta Paulino Vargas Valdés– “Paso del Norte”, “Mira Luisa”, “El Sube y Baja” y “Cielo Azul, Cielo Nublado”, pero cuando salieron de ahí un impulso extraño los llevó de nuevo al norte, a la pizca americana. Por eso no se enteraron de que sus canciones se posicionaron pronto en los primeros lugares de popularidad y que los habían bautizado como Los Broncos de Reynosa. En los años 40, todavía flotaban en el ambiente los grandes corridos de la Revolución Mexicana, historias de bandidos y revolucionarios que llevaban a cabo actos heroicos y salían triunfantes de peligrosas batallas. Pero antes de Paulino Vargas nadie se atrevió a cantar historias de narcotráfico y contrabando, de hombres valientes que morían al enfrentarse a tiros con la policía y de los que “sólo las cruces quedaron”. Paulino se convirtió en poeta rural. Sus canciones, narraciones épicas, retratos de hombres de la sierra y odiseas en la frontera, se extendieron pronto entre el pueblo mexicano, donde se convirtió en “el amo del corrido”. Los mismos políticos del Partido Revolucionario Institución que prohibía sus canciones fueron algunos de sus más constantes clientes. Desde Adolfo López Mateos hasta Ernesto Zedillo se presentó en un sin fin de eventos oficiales, pero igual tocó para militares y narcotraficantes.

Pronto se acostumbró a estar entre poderosos, sin embargo, “No le tenía amor a lo material. Mi papá podía quitarse la camisa para dársela a alguien”, señala Paulino, su hijo. Esa era una de las tantas razones por las que nunca aceptó pago por sus corridos, “si aceptara regalos, ya no tendría que trabajar”, decía. Sus historias eran siempre de gente que valiera la pena, que admirara, decía “yo soy un cobarde, por eso admiro a la gente con valor”. Pero la verdad es que un hombre bravo, de eso que sólo se dan en la sierra, “Yo le decía: cómo te encanta en peligro. Porque muchas veces llegamos a tocar en fiestas que terminaban en balacera, que llegaban y levantaban gente”. La voz de Paulino sube y baja de intensidad. Hace una pausa y bebe un trago de tequila sin hacer un solo gesto. Unos de los tantos capos que se le acercó para pedirle un corrido, fue Amado Carrillo Fuentes, “El Señor de los Cielos”, uno de los narcotraficantes más poderosos de los 90. “Pídame lo que sea”, le dijo en más de una ocasión. Pero Paulino tenía una consiga: no componerle canciones a gente viva, “para que quiere un corrido, si le hago un corrido lo voy a perjudicar”, le respondía.
Cuando el capo desapareció, en 1997, Paulino finalmente le cumplió su deseo y escribió “El Águila Real”: “Se escapó el Águila Real como lo había prometido ninguna ley de la tierra jamás lo verá cautivo. Su destino eran los cielos/ lo afi rmó Amado Carrillo” Era común que durante sus giras se aparecieran “los sinaloenses”, recuerda Paulino Vargas Jr., “se lo llevaban a tocar a una casa, a un restaurante, a un ranchito (...) Lo querían muchísimo, toda esa gente lo respetaba mucho”.

Esas andanzas alimentaban sus corridos y aumentaban el acoso del gobierno: “muchas veces lo llamaron de la PGR, de Procuradurías Estatales, de Gobernación...”. Pero no lo intimidaban, “Yo no trato de defender a nadie, yo nomás digo lo que veo”, decía sin empacho.

Cuando salió al mercado “Camino de Sacramento”, una canción en la que critica la pérdida de California, lo encarcelaron por dos días “para que aprendiera, para ver si así”, pero nunca lo amedrentaron, “nunca le quitaron lo bravo”.

La muerte nunca fue un asunto que le preocupara, se adhirió tanto a sus palabras, la vio correr tan cerca que parecía que lo respetaba. Durante toda su vida se salvó de balaceras, avionazos, temblores y huracanes, pero en 1994 la muerte le dio un golpe bajo: se llevó a su esposa.
Paulino y María de los Ángeles Valdés se conocieron en la Ciudad de México. “Mi mamá era muy seria y mi papá una polvareda”, recuerda su hijo. Ella era de Saltillo, pero se fue a vivir con una tía luego de que terminó la Escuela Normal, allá se conocieron y así sin más, se enamoraron.

“¿Un músico?” A sus padres no les agradó mucho la relación y optaron por regresarla a casa, pero ese no fue un impedimento para Paulino, que iba a verla cada vez que podía. Cuando finalmente fue a pedir su mano, se la negaron. Para Paulino –ya se sabe– no existen las barreras, así que un día se fue a Saltillo y simplemente “se la robó”.

María de los Ángeles le enseñó a leer y escribir. Hasta entonces comenzó a anotar sus historias. Era dueño de una memoria virtuosa, cada melodía y cada letra estaban sólo guardadas en el archivo de su memoria. Tuvieron cuatro hijos Guadalupe, Rosalinda, Paulino y María. Durante 38 años, María de los Ángeles vio por la familia mientras Paulino se iba de gira, a veces por meses. “Nunca es fácil ningún matrimonio y menos con un artista porque se la pasan toda la vida de viaje –explica su hijo– Ella, a veces, tenía que hacer milagros porque el trabajo era muy inestable”. Cuando su mujer falleció, la muerte dejó de ser la de los enfrentamientos a tiros y traiciones. “Si en algún momento lo vi triste fue cuando murió mi mamá”, recuerda Rosalinda, la segunda hija. La tristeza de la pérdida la volcó en una de las más bellas canciones de su discografía, y muy poco conocida, “Golondrina Coqueta”:

“Mi viajera bonita
es preciso que vuelvas
porque sin tu cariño
esta vida es incierta.
Cuánto extraño tu risa
cuando extraño tus besos
y tus tibias caricias”.

Cuando Paulino Vargas subía al escenario, el acordeón se convertía en parte de él, en una extensión de su cuerpo. Mientras lo hacía zigzaguear, con su sonido doloroso y festivo, Paulino se adueñaba de los espacios taconeando, a pasito y pasito, meciéndose, dando giros. La música de su acordeón era como él, impredecible. En manos de Paulino la música, propia y ajena, se retorcía a su ritmo, se dejaba llevar por sus volteretas.

En todas las presentaciones Paulino Vargas Jr. veía todo desde abajo, “Tenía una facilidad para improvisar, para crear, tremenda. A veces se subía a tocar y yo no sabía qué era lo que iba a hacer”. La energía y la pasión saltaban del escenario, “la gente dejaba de bailar para verlo tocar –recuerda Mary Vargas– lo admiraban, se quedaban mucho viendo cómo tocaba, como interpretaba las canciones, se imponía”.
Por eso, cuando se presentaban junto a más agrupaciones, “los dejaban hasta el final, porque si no la gente se iba”, recuerda Vargas Valdés. Ramón Ayala, quien es conocido como “el rey del acordeón”, de plano no se presentaba en el mismo lugar, “porque luego me baja el cartel”, decía.
Gregoria Aranda, lo acompañó durante 16 años, es el baterista de los Broncos de Reynosa. Dice que cuando se unió a la agrupación, apenas tenía 17 años y pronto Paulino Vargas se convirtió en un segundo padre. A pesar de todo el tiempo que estuvo con él nunca dejó de sorprenderle el cariño que la gente le tenía, “Tenía mucho ángel con el público, lo seguía mucha gente, tenía mucho corazón”. Paulino creció con el sonido del acordeón en Promotorio, Durango. Era el quinto hijo de una familia numerosa. Su padre, minero de profesión, era acordeonista, pero nunca pudo enseñarle porque ese era un privilegio reservado al primogénito. Entonces buscó aprender por su cuenta.

De alguna manera, la música lo llevó a Reynosa, dónde se refugió cuando escapó a los 8 años de su casa. Sobrevivía boleando zapatos, así conoció a Los Alegres de Terán, uno de los más importantes grupos norteños de la época.

Cuando les pidió que le enseñaran a tocar el acordeón, ellos fueron contundentes: “No muchachito, tú dedícate a eso y si puedes ve a la escuela, pero esto es para hombres”, le dijeron. Diez años después se volvieron encontrar, esta vez en la Feria del Acordeón de Chicago. Paulino se llevó el acordeón de oro, el más importante del festival, y Los Alegres quedaron en segundo lugar. El niño Paulino volvió a su casa un par de años después, luego de vagar por el norte del país, sólo quería hacer una cosa: tocar el acordeón. Cuando lo consiguió, a los 11 años, no lo volvió a dejar nunca. Y sin saber leer ni escribir compuso el segundo narcocorrido de la historia “Contrabando de Juárez”:

“Me aprendieron en el paso
después de cruzar el bravo
me tomaron prisionero
cargando mi contrabando
me preguntaron mi nombre
y también mi procedencia
yo les dije soy de Juárez
ahí no piden licencia”.

En la Ciudad de México, Paulino construyó un pequeño mundo en el que no llegaban ni los sonidos de las balas ni los estruendos de los conciertos. Compuso un hogar para su familia y esta fue una de sus mejores creaciones.

A excepción de su hijo varón, que trabajaba con él, sus tres hijas se mantuvieron alejadas de la farándula. Cuando Paulino no estaba de gira dejaba un poco su lado artista para convertirse enteramente en padre. “El tiempo que no estaba lo compensaba hasta el último minuto. Nos llevaba al parque y andar en bicicleta”, recuerda Rosalinda. Rosy y Mary Vargas, de 37 y 45 años respectivamente, pese a las insistencias de su padre de que “hicieran algo más”, hoy atienden un negocio de regalos en la Ciudad de México, así viven felices y eso harán “hasta que estén viejitas”. Ambas recuerda a Paulino como un padre ejemplar, “siempre fue muy cariñoso, nos brindó mucho apoyo, fue un excelente ser humano, muy buen amigo y esposo, el mejor hombre que he conocido en mi vida”, describe Mary. Y es que, cuando murió su madre, Paulino no hizo más que velar por ellas.

Hasta hace tres años, Saltillo era para Paulino Vargas un “pueblo bicicletero”. “A ese pueblo, ¡ni muerto!”, se le escuchó decir en más de una ocasión. Nadie se imaginaba que un día, de buenas a primeras, optara por dejar la Ciudad de México, donde vivió toda su vida, para establecerse aquí.

“Cuando compró su casa y nos contó que se iba para allá, nos dijo: ‘Es que yo ya quiero estar en paz, voy a retirarme, a componer’.

En una casa pequeña y acogedora del norte de la ciudad, Paulino Vargas instaló su nuevo hogar. No necesitaba mucho: un teclado para componer, sus acordeones, la fotografía de su esposa y un sarape saltillense que mandó enmarcar.

“Fuimos a su casa y cuando vimos el sarape que enmarcó y puso en su salita, dijimos: ¡Ahora sí está totalmente trastornado!”, recuerda Rosy a punto de soltar la risa.
“Ustedes déjenme en paz, yo estoy a gusto aquí”, les respondía con su fuerza característica y no se decía más.
 
En Saltillo encontró un refugio ideal. Pasaba sus días recorriendo museos y bibliotecas, leyendo y caminando. Se enamoró de la Sierra de Arteaga, donde pensaba comprar un terreno, e hizo suya la tierra de su esposa.
Que se mudara a esta ciudad “fue un misterio, nunca sabremos qué fue lo que pasó”, dice Mary Vargas. Lo que Paulino no sabía, era que en Saltillo la muerte lo estaba esperando:

“yo sé que voy a morirme
no sé ni dónde ni cuándo
pero la muerte no espera
y ya se ha de estar cansando
para el día en que yo me muera caiga rendido en sus brazos”

Su salud se fue desmoronando poco a poco, un mal hepático se le complicó con la diabetes. Nadie podía creer que Paulino Vargas, el inquebrantable, estuviera tan enfermo.

“Mi papá siempre nos acostumbró a que cuando se caía se levantaba, realmente nos agarró de sorpresa, porque tenía algunos padecimientos crónicos, pero nunca se le bajó el ánimo –recuerda Paulino Vargas Valdés– El mismo doctor decía, ‘no lo fastidie, don Paulino se va a morir el día que se quiera morir’”. Durante su estancia en el hospital jamás dejó de ser él. “Nunca perdió el sentido del humor. Se despertaba a mitad de la noche para contar chistes y se hizo novio de todas las enfermeras”, recuerda entre risas Rosy. Al verlo empeorar, sus hijos le preguntaron que si quería irse al DF –donde vivió toda su vida– a pasar sus últimas horas, pero su hogar ya era otro, “esta es mi casa y esta es mi tierra”, les respondió.
Morir no lo asustaba. Se reía de ella como de una vieja amiga, “yo quiero que me quemen y que tiren mis cenizas en un arroyo”. Lo único que le preocupaba era dejar a sus hijos, aunque todos eran mayores de 30 para él “eran sus niños”.

Durante sus últimas horas “nos repetía que éramos su mundo, que si se iba quería irse con todos, pero que no lo iban a dejar subir allá arriba con tanta gente”, cuenta Rosalinda después de un suspiro. Una fría mañana de enero, el 17 exactamente, Paulino murió en un hospital de Saltillo. Después de haber sorteado todo tipo de peligros murió en la paz de una cama y acompañado de lo que más quería: sus hijos.

Cuando habla de la muerte de su padre, los ojos de Paulino se entristecen notablemente, “nos dijo que no quería hijos cobardes y que hiciéramos lo que nos diera la gana”, recuerda.
Al mundo del espectáculo la noticia les cayó de sorpresa. En ese momento los conjuntos gruperos estaban de vacaciones, además Paulino se retiró a Saltillo y mucha gente lo desconocía, por eso no se enteraron a tiempo.

“La noticia fue mayormente difundida en fecha posterior a su cremación. Recibimos muchas llamadas, Los Tigres del Norte, que vacacionaban por Europa, nos llamaron. Lalo Mora andaba de gira por Texas y así muchos de sus amigos. Solamente Lorenzo de Monteclaro y Huicho Romero de Los Intocables del Norte, nos pudieron acompañar en la Funeraria. Aún seguimos recibiendo llamadas de amigos y conocidos que apenas se van enterando”, narra Vargas Valdés mientras recuerda aquellos días.

Sin embargo, “mucha gente que no pensamos que fuera a ir, llegó, era un ángel. Muchos compadres de Sinaloa, del Estado de México, del DF llegaron, entonces tuvo un poder de convocatoria grande –y al final, Rosalinda, agrega–: perdió su envoltura, pero en esencia sigue con nosotros”.

La herencia de Paulino Vargas es incalculable. En la actualidad, las nuevas generaciones siguen cantando sus corridos. Hay decenas de videos de sus películas, presentaciones y foto clips en youtube con miles de vistas.  Sus “corridos prohibidos” hoy circulan sin barreras en internet. Los mayores exponentes de la música norteña han cantado alguna vez sus canciones. El saldo que dejaron sus más de 50 años de carrera son 30 películas, más de 300 canciones, muchas aún inéditas, un centenar de discos y el testimonio de ese México oscuro y bronco que vive hasta nuestros días. Hoy dos ánforas descansan sobre una chimenea de fuego simulado y, por lo tanto, inagotable: son Paulino y María de los Ángeles, su esposa, quien lo acompaña en el camino a la inmortalidad.

SU LEGADO:
Canciones censuradas
La Banda del Carro Rojo
Camino de Sacramento
Contrabando de Juárez
Los Traficantes
Carga Ladeada
Clave 7
Ayer Bajé de la Sierra
El Chuma
Al Filo del Reloj
Lamberto Quintero
El Último Atardecer
Nave 727
Crónica de un Cambio
Las Mujeres de Juárez
Reyna de Reynas
El Diputado

ALGUNA DE SUS PELICULAS
La Muerte Cruzó el Rio Bravo
El Carro de la Muerte
Carga Ladeada
La Fuga del Rojo
La Banda del Carro Rojo
La Tumba del Mojado
La Venganza del Rojo
Lamberto Quintero
Contrato con la Muerte
El Hijo de Lamberto Quintero
Los Tres Gallos
La Muerte del Soplón
Clave 7
En Caja de Muerto
Una sombra al Caminar
El Árbol de la Horca

GRUPOS QUE HAN TOCADO SUS CANCIONES:
Los Tigres del Norte
Los Invasores de Nuevo León
Ramón Ayala
La Arrolladora Banda el Limón Chalino Sánchez
Juan Valentín
Lucha Villa
Pesado
Juan Villarreal
Los Traileros del Norte
Lalo Mora
Lorenzo de Monteclaro
Miguel y Miguel
Intocable
Los Cadetes de Linares
Luis y Julián
Los Alegres de Terán

1 comentario:

Johnny Destroyer dijo...

Muy bonito reportaje, pero hay un errorcillo leve. El no vivió toda su vida en la CDMX.
Es imposible que haya sido así...